Vuela,
vuela pequeño pajarillo… allá van tus plumas ligeras y frágiles, allá va tu
alma posada en ellas… allá vuelas como un ángel, libre y sin cadenas.
La
magia sigue… vivirás en mi corazón, al igual que “ellos”, que ahora te reciben
y que en ocasiones anhelamos… ahora estáis juntos, por siempre. Y por siempre
será este amor, porque he tenido mucha suerte de poder disfrutar de esa magia
que a veces envuelve la casualidad, pues que yo exista es fruto de que tú lo
hicieras. Así pues te doy gracias por haber hecho realidad el milagro que
permitió que yo naciera… por dármela a ella, gracias.
Estoy
segura que no soy la única que lo piensa, pues has creado una gran familia, que
quizás no está tan unida como quisieras o te gustaría, pero a veces los caminos
son dificultosos y sinuosos, nos alejamos sin darnos cuenta y sin preguntarnos
si merece la pena… reproches, discusiones, rencores y decisiones… ¿es que te
has equivocado? ¿y quién no lo hace? Has tenido tus cosas buenas y tus cosas
malas, tus imperfecciones y tus pequeñas virtudes... ¿quién se sentó contigo
para preguntarte cómo había sido tu niñez, tu adolescencia, tu madurez?
¿cuántas veces te preguntaron? quién te preguntó por tus sueños? Somos lo que
somos porque las experiencias nos guían, unas veces aciertan y otras se equivocan,
pero siempre tienen un sentido y cuando el retorno ya no es posible, sólo
existe un camino… es entonces cuando el perdón es muy digno.
Por
ello yo te pido perdón, porque para mí ha sido un privilegio haberte conocido y
tenido en pequeños momentos, quizás algo cortos en ocasiones, quizás algo
silenciosos, pero siempre llenos de mucho calor y cariño. No te sientas
culpable por esa magia que nos ha bendecido, porque el cariño no se escoge y
los sentimientos sólo son eso… y yo sé que a tu manera con todos los has
vivido. Hoy somos hermanos de hijos, a su vez también padres con objetivos… y
todos deseamos que nuestros descendientes estén siempre juntos, se amen y
ayuden sin olvidarnos de dónde venimos. Basta con mirarnos a nosotros mismos
para darnos cuenta del valor que nos has trasmitido… perdóname si alguna vez no
te he correspondido.
En
mi baúl almaceno muchos recuerdos, abrazos y besos, risas y llantos, pero
grandes momentos vividos cuando éramos pequeños. Y ahí has estado también,
siempre presente en esos importantes momentos de mi vida. Tú lo hiciste posible
a pesar de tus fallos y de tu carácter, pero no te preocupes, ve tranquila
porque yo te lo perdono. Y ese baúl nunca se cerrará, siempre permanecerá
abierto para poder seguir llenándolo de pensamientos, de magia y de cuentos.
Y
déjame que vuelva a recordar nuestra despedida... las dos sabíamos que sería la
última, los últimos besos y las últimas caricias, ese ratito viendo fotos y tus
palabras saliendo con tanto esfuerzo que me hicieron llorar... tu respiración
tranquila y tu clara decisión ante la vida, sólo quedaba respetarlo y asumir
que pronto sería el día. Allí, tan pequeña, tan débil, me agarraste la mano y
me dijiste con dificultad "no te
vayas" y se me hizo un nudo en el estómago que me convirtió en estatua
de sal. Pero me agarré a ti y pude susurrarte al oído lo mucho que te quería,
"lo sabes, ¿verdad?", sólo
tenías que decirme que sí porque entonces yo sería feliz. ¡Qué difícil es decir
te quiero! ¡qué pocas veces nos atrevemos! y luego estamos toda la vida por
ello arrepintiéndonos. Pero yo estoy contenta, porque la magia volvió y a mí me
lo permitió, de este modo tu última sonrisa pude contemplar. Adiós ratoncillo,
no olvidaré tus ojillos abiertos y silenciosos desde la cama, mirando con miedo
cómo nos íbamos, tu cabello de plata sobre la almohada... escuchando aquél “hasta mañana”.
Gracias
abuelilla por todo ese cariño que me has dado, esos ratitos, ese mal carácter
que con un abrazo se olvidaba, esas rabietas con las que al final te reías...
siempre te querré pequeña gruñona… nunca dejaré que la magia acabe.
Adiós pajarillo, adiós.
Adiós pajarillo, adiós.
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